lunes, 6 de abril de 2009

Lo que mata es el mercado III

FÁRMACOS EN EL AGUA

Por Lisa Rainwater, PhD
Directora de Políticas, Riverkeeper Inc.


Los seres humanos excretan hasta el 90 por ciento de los medicamentos ingeridos y empeoran el problema desechando los fármacos sin usar, o vencidos, por el inodoro.

Nueva York, agosto 2008 (Waterkeeper Magazine).- En los años ‘60, el revolucionario informe de Rachel Carson* anunciando que el pesticida DDT había ingresado a las cadenas alimentarias —y por lo tanto estaba amenazando la salud y el bienestar de muchas especies—, fue un llamado de alerta tanto para los funcionarios gubernamentales como para el público norteamericano. Carson relacionó científicamente cánceres y mutaciones genéticas, con los años de utilización de productos químicos, en forma desregulada y desenfrenada en nuestros cultivos y en nuestro ambiente.

Las compañías químicas lanzaron masivas campañas de información engañosa contra Carson, fomentando el temor sobre aumento de enfermedades y proliferación de insectos y alimañas. Se formó un Comité Asesor Científico Presidencial para examinar los hallazgos de Rachel Carson, encabezado por el presidente John F. Kennedy, el que finalmente ratificó las conclusiones de Carson. Finalmente, el gobierno de los Estados Unidos terminó prohibiendo el DDT.

A lo largo de las últimas décadas, una nueva primavera silenciosa ha asomado en el paisaje global: enormes cantidades de fármacos (sustancias químicas con y sin regulación) se han convertido en parte de un modelo de vida para las personas residentes en los países ricos y también en los países en vías de desarrollo.

El mercado se ha colmado rápidamente de nuevas medicinas para aumentar la fecundidad, alterar los niveles hormonales en mujeres y hombres, curar enfermedades cardíacas, detener furiosas migrañas, aumentar el crecimiento, inmunizar contra enfermedades potenciales y mejorar la calidad de vida de personas con enfermedades mentales.

Pero, al mismo tiempo que la tecnología ha mejorado la vida de mucha gente, también debemos pagar un costo ambiental y para la salud humana. Los fármacos desechados sin tratar ingresan a los cursos de agua y de allí pasan a los suministros de agua potable, desde distintas fuentes: entre ellas los efluentes de plantas de bombeo o tratamiento de aguas residuales y líquidos cloacales, y las filtraciones de establecimientos ganaderos y basurales.

Los seres humanos excretan hasta el 90 por ciento de los medicamentos ingeridos y además empeoran el problema desechando los fármacos sin usar, o vencidos, por el inodoro.

En ciudades metropolitanas como Nueva York, los efluentes sin tratamiento —agua servida cruda—, constituyen un gran problema y han sido identificados como unos de los factores que aportan al vasto aumento de modificadores endocrinos que ingresan a nuestro ambiente.

A lo largo de casi una década, los titulares de la prensa en todo el mundo nos han salpicado con alarmantes informes sobre “feminización” y “masculinización” —machos con características reproductivas femeninas y hembras con características reproductivas masculinas—, en peces, reptiles, pájaros y mamíferos, en el Támesis en Londres, en la Bahía de Jamaica en Nueva York, en el río Columbia en el Estado de Washington, en los hábitats de los Grandes Lagos de Canadá y en cinco de las siete mayores masas de agua dulce de los países europeos del norte.

Además de este síndrome “trastornador de género”, se ha verificado una reducción en los niveles hormonales, en la producción de gametos y en la capacidad de fecundación. En India, Nepal y Pakistán, la población de buitres asiáticos ha caído un 99 por ciento desde los años ‘80, debido a un analgésico utilizado en el ganado y en seres humanos. Muchos científicos advierten que estos casos, documentados en el reino animal, son el “canario en las minas carbón” para los impactos sobre las personas.

A pesar de que siguen apareciendo datos como estos, el gobierno de los EE.UU. se ha dormido al volante. Dos años atrás, la Oficina de Políticas en Ciencia y Tecnología de la Casa Blanca convocó a un grupo de trabajo sobre fármacos en el ambiente. La fecha tope de diciembre de 2007 para publicar un informe sobre sus conclusiones, llegó y pasó. Sumido en un halo de secretismo y documentos reservados, el panel aún tiene pendiente la presentación de sus conclusiones al público.

Fue necesaria una investigación periodística de la Associated Press (AP), para revelar lo que la administración Bush aún no resuelve. En marzo de 2008, la agencia AP presentó al mundo el estudio, desarrollado durante cinco meses. Los resultados fueron estremecedores. El suministro de agua potable de al menos 24 grandes áreas metropolitanas tenía presencia de medicamentos, incluida Nueva York, una ciudad orgullosa de la prístina agua sin filtrar, proveniente de sus tres cuencas de abastecimiento en las montañas Catskills y el condado de Westchester. El estudio de la AP indujo al Congreso de los EE.UU. a sostener audiencias sobre la presencia de fármacos en el agua potable de más de 40 millones de norteamericanos.

Las audiencias del Congreso son una buena, aunque tardía, forma de comenzar a abordar un creciente problema ambiental y de salud pública. El gobierno federal ahora tiene que encomendar a la Academia Nacional de Ciencias la conducción de un estudio que evalúe el riesgo de fármacos en el agua, además de medir los eventuales efectos sobre la salud humana y el ambiente acuático.

Además, se deberá coordinar un protocolo nacional integral “de recuperación” de fármacos de prescripción, entre agencias federales como la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA, en inglés), el Departamento de la Salud, la Agencia para Control de Drogas (DEA), la Agencia de Protección Ambiental (EPA) y varias agencias estatales. Las agencias estatales y locales de protección ambiental también deberán hacer pruebas de rutina en busca de medicamentos en el suministro público de agua y comunicar estos datos al público.

Afortunadamente, muchos gobiernos locales y estatales no aguardaron el accionar de la administración Bush o del Congreso. En todo el país, existen numerosas ONG y personas a cargo de decisiones que están desarrollando programas para limitar el ingreso de fármacos a nuestros ríos, lagos, estuarios y otras fuentes de suministro de agua. (ver recuadro)

De todos modos, hasta que se cuente con un método reglamentado, que permita evitar que vastas cantidades de medicamentos ingresen a nuestro ambiente, existen nuevas recomendaciones para que los usuarios desechen fármacos de una forma que tenga menos probabilidades de impactar sobre nuestras aguas.

Para desechar apropiadamente un fármaco, manténgalo en su envase plástico o de vidrio, llénelo con agua y piedras sanitarias o arena, tape el envase, colóquelo dentro de una bolsa plástica con cierre y luego descarte en la basura. La otra alternativa para desechar fármacos es llevarlos a un centro de desechos peligrosos, o a un lugar donde recolecten desechos peligrosos.

A diferencia del DDT en los años de Rachel Carson, el gobierno federal nunca prohibirá los fármacos. Tampoco debería ser así. Sin embargo, su legado no es sólo cuánto mejor uno se siente o cuánto más uno vive. El tema también reside en los eventuales cambios a largo plazo en los sistemas ecológicos, en las cadenas alimentarias, en los sistemas inmunológicos y en nuestra capacidad reproductiva.

En síntesis

• El agua potable de al menos 41 millones de norteamericanos está contaminada con medicamentos como analgésicos, antibióticos, anticonvulsivos, estabilizantes anímicos y hormonas sexuales.

• Estos contaminantes, provenientes de fármacos desechados o excretados, están presentes en todo el ambiente. Pueden hallarse en ríos, lagos y aguas costeras, en cualquier lugar habitado o visitado por los seres humanos.

• La exposición a estas sustancias puede causar resistencia bacteriana a los antibióticos, cáncer, mutaciones, y trastornos neuroconductuales y reproductivos en humanos y muchas otras especies.

• Gran parte de esta contaminación proviene de aguas servidas. Las plantas de tratamiento de aguas servidas no están diseñadas para quitar estos fármacos excretados o descartados en los desagües e inodoros.

* N. del T: En 1962, Rachel Carson publicó uno de los libros más importantes en la historia del movimiento ambientalista: Primavera Silenciosa, en el que advierte sobre los peligros del uso del DDT y de otros productos químicos empleados como pesticidas.

** Las versiones originales en inglés “Silent Spring of the 21st Century? Pharmaceuticals in Our Water” y “Alternatives to Toilet Dumping”, fueron publicadas en Waterkeeper® Magazine –revista oficial de la Alianza Waterkeeper, volumen 5, Nº 1, verano 2008. http://switchstudio.com/waterkeeper/issues.

Traducción: Leticia Isaurralde
Fundación PROTEGER / Programa Paraná Waterkeeper.

Puede publicarse libremente, citando la fuente original y la traducción, y dando a aviso a: comunicacion@proteger.org.ar

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